Hace dos años tuve la gran oportunidad de conocer de muy de cerca el mundo de la moda, trabajando como asistente de fotografía. Fue en una de las agencias de modelos más prestigiosas de Barcelona.
No quiero pecar de pretencioso, pero lo seré, No hay peor fascismo que el mundo de la moda: jersey que hace los pechos más insinuantes y tejanos pitillo que no has elegido.
La agencia es más bien pequeña, con aire chic. Las paredes son de un blanco impoluto, decoración ikea hasta en el baño, que le invade un olor a menstruación sólo entrar.
Las agencias funcionan con ganado: las chicas son meras cifras. Diferentes combinaciones 86-58-89 o 88-62-88 prometen llevar una vida de princesa, con fiestas de ensueño, viajes a New York, desfiles en Milán… pero, sobre todo dinero, mucho dinero.
La mayoría de las chicas apenas tienen 16 años. Algunas lo han dejado todo en busca de lo que creían una vida mejor. Muchas vienen de Rusia o Eslovenia, como reclamo de la belleza del este, fría y frágil.
He visto demasiadas chicas llorar desconsoladamente por esos falsos y glamurosos pasillos. Muchas se mantienen sumisas ante el sistema y rechazadas por no ser un centímetro más alta, o por no tener un mayor grosor de labios.
Pero, ¡sin problema!, porque la agencia te aconseja pasar por el bisturí con un tanto por ciento de descuento, recomendándolo sin pestañear.
Lo que más me entristece, sin embargo, es ver “photoshopeando” a colegas de profesión: descuartizando pieles , licuando piernas y caderas, borrando pecas, agrandando labios… ellos son los magos del bisturí virtual, si lo hicieran en persona, tendrían las manos manchadas de sangre.
¿Por qué nos inventamos mujeres con pieles como baldosa de baño? ¿No os gustan las mujeres como son? ¿Quizás photoshoperiais a vuestra madre? ¿No aceptáis las imperfecciones?
Luego predican naturalidad y igualdad de la mujer con mirada desafiante.
No hay nada más bello que contemplar a una mujer con sus imperfecciones, como un pétalo mojado por una liviana lluvia de verano… quizá imperfecta, pero bella.